Despejando dudas sobre qué factores son los que condicionan a la hora de decidir ser madre o no, con la Psicóloga y Doula Liliana Ochoteco
Hablar sobre la elección de ser madre, o no, es una decisión que sigue marcando la vida de muchas mujeres. Para conocer la mirada de una profesional sobre el tema, Despertar Entrerriano dialogó con la Psicóloga y Doula Liliana Ochoteco, quien analizó cómo las nuevas generaciones construyen su deseo —o su decisión de no maternar— en un contexto donde los mandatos, la educación sexual y la edad biológica aún influyen, aunque de formas más sutiles.
Cada vez es más frecuente que las mujeres internalizan al considerar ser madres o no, ¿por qué lo crees así?
Decidir ser madre o no es una de las decisiones más profundas de la vida. Implica revisar los mandatos heredados, escuchar el deseo propio y reconocer los límites personales y sociales que atraviesan esa elección. Hoy más que nunca, el desafío está en construir una sociedad donde el deseo, la información y los derechos sean la base de toda decisión.
No puede pensarse la maternidad desde una mirada homogénea. Las experiencias son distintas y están atravesadas por múltiples variables. No es lo mismo la decisión de una mujer de clase media que tiene acceso a educación, salud y vivienda, que la de una adolescente de un barrio popular con derechos vulnerados.
En los sectores más pobres, la maternidad sigue apareciendo muchas veces como el proyecto de vida posible, el que otorga sentido, pertenencia e independencia. En cambio, en otros sectores donde hay más derechos garantizados, las mujeres pueden preguntarse si realmente desean ser madres o si prefieren priorizar otros aspectos de su desarrollo personal y profesional. Básicamente tiene que ver con el mandato social, del rol de la mujer como madre. Y a medida que tenemos mayor acceso a información y a derechos, pueden aparecer otros objetos de deseo, otros intereses, digamos, para poder armar un proyecto de vida que incluye o no incluye la maternidad.

¿Los estándares sociales siguen pesando, aunque se hayan transformado con el tiempo?
Durante décadas, la maternidad fue un mandato: ser mujer equivalía a ser madre. Recién en los últimos años, gracias a los movimientos feministas y a la ampliación de derechos, esa certeza comenzó a resquebrajarse. Esta tensión en términos de salud mental se vive como presión, se vive como culpa, se vive en esta ambivalencia de querer y no querer, de miedos, y también de cómo atravesar una gestación y un parto actualmente en este sistema de salud. Sobre todo lo que observo es culpa y esta tensión entre el mandato y el deseo. Vivimos muy presionadas en ese sentido las mujeres. Y luego a partir de eso podemos observar alguna otra sintomatología, pero tiene que ver con los condicionantes sociales sobre todo.
¿En qué medida estas presiones afectan la libertad real de decidir sobre la maternidad desde una postura consciente?
Afectan en gran medida. Sí, se viven grandes presiones en este sentido, también por una cuestión de lo que se llama popularmente el reloj biológico, y por las otras exigencias. Vivimos en una sociedad productivista Entonces, la libertad real para tomar decisiones también es una construcción ficticia. Porque esta libertad absoluta y real en términos individuales no existe. Siempre estamos sujetas por la expectativa social, por el deseo de otros y de otras, por los mandatos familiares. Entonces las mujeres tenemos esta tensión en los mandatos: tenemos que ser madres, trabajadoras, cuidar de nuestra salud, cuidar de nuestra imagen, tenemos que ser bellas, etc. Sabiendo que la maternidad es sobre todo tiempo disponible para cuidar a otro ser, y que este es un trabajo no reconocido y no remunerado por la sociedad, la presión es muy grande para tomar esa decisión.
En las generaciones más jóvenes, ¿se están transformando esos patrones o estándares vinculados a la maternidad?
Bueno, acá también me es importante cruzar distintas categorías de análisis. Las mujeres más jóvenes, a partir de poder hacerse la pregunta si desean gestar y maternar o no lo desean, a partir del acceso a derechos, y la posibilidad de que su proyecto de vida esté atravesado por otras esferas.
Sigo observando cómo es que en los sectores con mayor cantidad de derechos vulnerados —es decir, en los sectores más pobres— las chicas en los barrios populares siguen viendo a la maternidad como un proyecto de vida en sí. Cómo convertirse en madre es un proyecto de vida con alto valor, y vuelve a aparecer al mismo tiempo esta idea de la familia heteronormada y monogámica como un proyecto valioso, cuestionando otras posibilidades.
¿Creés que tiene que ver con la educación que cada una recibe o es más una cuestión social?
Sin duda está profundamente vinculado con la educación que recibimos. Las personas nacemos sexuadas, y la sexualidad es un tema tabú en todos los estratos sociales. Venimos de un paradigma donde se ha nombrado la sexualidad como algo peligroso, como algo vinculado exclusivamente a lo reproductivo, donde nos cuesta hablar de placer, de exploración, de conexión con el otro, con la otra.
Sí me parece importante hacer referencia, por ejemplo, a la Ley de Educación Sexual Integral. Establece que es muy importante que las personas conozcamos nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, que podamos hablar de lo que corresponde, de lo que no corresponde, de qué es una práctica sexual saludable, de qué es una práctica abusiva, hablar del consentimiento, de métodos anticonceptivos, de lo que implica en la vida de una persona convertirse en madre, de la red de cuidados y del tiempo que requiere esa etapa de la vida.
Todo esto tiene que ver con la educación y con el acceso a la educación que tengamos. Y eso es un derecho que, en tanto ciudadanas y ciudadanos, necesitamos tener garantizado para poder tomar decisiones informadas. Entonces, la educación sexual es fundamental e incide fuertemente en la capacidad de las personas para tomar decisiones en conciencia, soberana y libre.
Hablando de la edad biológica, ¿cómo puede pensarse este tema dentro de la decisión?
Podemos pensar que el ser humano tiene distintas dimensiones. La dimensión biológica es una de ellas. Tenemos un cuerpo físico, un cuerpo material que tiene sus etapas fisiológicas. Las mujeres, ya en el proceso de gestación —cuando estamos dentro de la panza de nuestra mamá—, ya tenemos toda la cantidad de óvulos que vamos a tener a lo largo de nuestra vida. En la pubertad, aproximadamente alrededor de los 14 años, comenzamos este proceso de ciclicidad a partir de nuestra menarca. Ahora, como no somos solamente biología, la construcción de la cultura y de la subjetividad hace que estemos atravesados por el deseo y por nuestro aparato psíquico, que tiene que poder darle sentido a esta materia.
Entonces, si bien hay una edad biológica donde un cuerpo puede reproducirse y en un momento deja de poder hacerlo, porque esos óvulos —que serán entre 300 y 400 a lo largo de la vida fértil— se agotan aproximadamente a los 30 o 35 años. Entonces, la mejor edad biológica en principio no existe. Si pensamos en la maternidad como una acción que requiere de muchísima disponibilidad de tiempo, emoción, recursos económicos, etc., es importante pensar cuánta posibilidad tiene una persona de 15, 16 o 17 años para ejercer esa función, si ella misma está en un proceso de crecimiento y maduración.
Otra referencia que puedo dar es que la maduración de nuestro sistema nervioso culmina a los 25 años. Antes de eso tenemos capacidades biológicas, sí, pero no necesariamente emocionales o sociales. En relación a lo biológico, cuando esa cantidad de ovocitos empieza a disminuir —el famoso reloj biológico— también genera tensiones. Porque después de los 35 años la carga ovárica baja, y la fertilidad entra en crisis. Y también las mujeres que han llegado a esa edad y han construido un proyecto de vida sin ser madre, van a requerir una modificación global de ese proyecto. Traer un hijo o una hija al mundo requiere hacerle lugar a ese nuevo ser.
Liliana Ochoteco
MP 2108 – Psicóloga y Doula
























